16 de abril de 2008

Las mataron por romper el silencio

Babel
Javier Hernández Alpízar
Ayer comentábamos cómo en un mundo y un país en donde la facultad de emitir mensajes masivos es unilateral, sin posibilidad de una respuesta de la misma intensidad, la única forma posible de retroalimentación, llamada por los técnicos feed back, es concebida como ruido o interferencia, una pequeña mancha visual o sonora frente al Gran Mensaje.
Así, la voz de los indígenas presos políticos en Chiapas es, por más que griten, apenas una interferencia en medio del aplastante mensaje oficial: Calderón visita en Chiapas la "zona zapatista". El mensaje que intentan dar es que López Obrador, Juan Sabines y Aguilar Camín tienen razón, en Chiapas no hay represión, no hay violencia paramilitar, si acaso hay "rezagos" que el gobierno en turno "atiende".
Muy poca difusión tiene, en contraste, la carta de los ex presos políticos que fueron liberados, y en la que ellos aclaran que su excarcelación no es ninguna concesión generosa de un gobierno "progresista" que paga gacetillas en La Jornada, sino resultado de la lucha del pueblo, del pueblo creyente, como se llaman a sí mismos los indígenas católicos, de las organizaciones sociales autónomas, la mayoría sino es que todas, de la Otra Campaña (que hasta el momento siguen emitiendo pronunciamientos exigiendo que liberen a los quince presos políticos que siguen encerrados en Chiapas y a los dos presos políticos zapatistas en Tabasco).
El esfuerzo por hacer oír la voz de los pobres, de los indígenas, de los excluidos, ha sido tarea de medios libres, alternativos, comunitarios, medios militantes que se identifican con sus luchas, sus organizaciones, y que generan la contrainformación (algo que Vázquez Montalbán también considera incluido en el feed back, si usamos los tecnicismos).
Y precisamente ayer apareció una nota sobre el asesinato de dos mujeres indígenas triquis oaxaqueñas, quienes se dedicaban a la comunicación popular, en una radio de emblemático nombre "La Voz que Rompe el Silencio".
El mensaje de sus asesinos no pudo ser más claro: callar la voz que rompe el silencio, silenciarla. La radioemisora comunitaria en que colaboraban las locutoras asesinadas, Teresa Bautista Merino de 24 años y Felicitas Martínez Sánchez de 20, es un órgano informativo del ayuntamiento popular de San Juan Copala.
Es decir, las jovencitas triquis asesinadas transgredían con su sola voz y presencia toda una serie de reglas no escritas, pero no por ello menos celosamente guardadas: Rompían el silencio a que el sistema político mexicano realmente existente las condenaba en tanto que mujeres, en tanto que jóvenes, en tanto que indígenas triquis, en tanto que oaxaqueñas, en tanto que opositoras al sistema, en tanto que partícipes de una autonomía indígena, autonomía que allá arriba han condenado a la "ilegalidad".
Además, las chicas se dirigían a un Encuentro Estatal en Defensa de los Derechos de los Pueblos de Oaxaca, por lo cual cometían el delito de organizarse, el delito de defender los derechos de los suyos. Para un sistema que quiere condenar a las mujeres indígenas a la esclavitud asalariada o a la mendicidad, a emigrar o prostituirse (a veces de la peor de las formas, como acarreada en mítines electoreros, por ejemplo) un par de mujeres que tiene la osadía de participar políticamente, de organizarse, de decir su palabra, de hacer un medio de comunicación libre, como es una radio comunitaria, ese delito de romper el silencio equivale casi a "terrorismo".
Por eso las balearon, junto a los otros indígenas que resultaron heridos: Francisco Vázquez Martínez, de 30 años; Cristina Martínez Flores, de 22 años; y el pequeño de tres años Jaciel Vázquez Martínez.
El mensaje que su muerte da a los movimientos sociales en México, mensaje que ha sido recibido y entendido, pues muchas personas han tenido espontáneamente la iniciativa de recortar la nota de Octavio Vélez de La Jornada y enviarla, o de escribir unas palabras propias, comunicar la noticia y condenar la agresión, a veces con rabia unida al dolor, es un mensaje imperativo, la orden de callar, de no romper el silencio.
Ese mismo mensaje han dado con la represión en Oaxaca, en Atenco, en Chiapas, en cada uno de los lugares del país donde una organización, un movimiento, una protesta, una voz es reprimida y agredida, pero hasta ahora los oaxaqueños no se han callado, los atenquenses siguen haciendo sonar sus machetes, los chiapanecos siguen construyendo su autonomía y resistiendo el sitio militar y paramilitar a sus territorios.
La noticia del asesinato de las dos jóvenes triquis fue dada a conocer por el Centro de Apoyo Comunitario Trabajando Unidos (Cactus), organización de la zona de la mixteca oaxaqueña, y ya las voces de condena se empiezan a alzar, en la zona norte del Istmo, la Ucizoni, también voces del sur de Veracruz y de otros lugares, incluso en las listas del Centro de Periodismo y Etica Pública (Cepet), que normalmente se ocupan de denunciar las represiones a comunicadores profesionales (o al menos, asalariados), ya una voz dejó oír su protesta por estos crímenes. Incluso una locutora de un medio comercial del puerto jarocho leyó la nota, en un programa que no suele ser crítico.
Las chicas asesinadas son muy importantes en su organización, son quienes coordinarían la mesa sobre comunicación alternativa en el Encuentro al que se dirigían. Las asesinaron, de acuerdo con la procuraduría de justicia de ese estado, con cartuchos percutidos por armas de largo alcance, como las AK 47.
No puede ser casualidad. Fue una ejecución.
Pero hasta ahora, la experiencia histórica ha demostrado que con esas formas de agresión los pueblos indígenas y los movimientos sociales no se callan.
Seguramente otras voces seguirán rompiendo el silencio.