16 de enero de 2006

La negra Lolo Lituba*

Fabiola Calvo

Tenía ocho años cuando abandonó a la República del Congo, dejó África de la mano de su padre, un diplomático que vio la posibilidad que sus hijas recibieran educación diferente en Cuba.
De aquel día hace ya 20 años y desde entonces Lituba Loló (en el Congo se usa primero el apellido y luego el nombre) empezó el aprendizaje de enfrentarse sola a cualquier problema que la vida le presentara.
Poco tiempo estuvo con su viejo pues él terminó su labor y regresó a su país, mientras que ella marchó a la Isla de la Juventud para realizar sus estudios de secundaria.
En la larga travesía transatlántica no la acompañó su madre sino su madrastra que asumió la actitud que nos reseñan los cuentos: no hacía llegar a Loló la ayuda que enviaba su padre, detalles como jabón o compresas que se hicieron muy necesarios sobre todo en la crisis económica que vivió Cuba en 1994, conocida como “período especial”.
Todos los estudiantes, todas las chicas esperaban con ansiedad una carta o un paquete que terminaban compartiendo. “Pasamos un poco de hambre, nos alimentamos con toronja”, dice Loló dejando entrever su blanca dentadura.
“En 1990, terminaba el convenio de estudios entre Cuba y varios países africanos, así que nos juntaron a las diferentes nacionalidades. Fue una etapa feliz de mi vida, de compartir, de aprender con otras culturas. Éramos jóvenes del Congo, Zimbabwe, Cabo Verde, Sudán, Gana y Angola. Los saharaui estaban aparte porque eran muchos”.
Recuerda los problemas que tuvieron los sudaneses y no por ser refugiados como suele pasar en los países europeos sino por ser tímidos, muy altos y delgados. Se comunicaban poco con el resto.
“Pero no permanecíamos al margen de los cubanos, nos integramos, ellos nos recibieron bien, con ellos hacíamos el día a día y siempre el que tenía repartía. Eso es lo que más añoro de Cuba”, comenta esfumándose en el recuerdo mientras entrecruza los largos dedos de sus manos.
Prosigue: “En los momentos difíciles siempre estaba alguien contigo. No contaban las nacionalidades sino la necesidad y los sentimientos de amistad y compañerismo”.
Terminó la secundaria y marchó a Cienfuegos a estudiar odontología. A los dos años de carrera, su vida cambió después de conocer a un turista español que residía en Londres y que puso sus ojos en la negra Loló.
Él hombre, un camarero inmigrante, conoció a Loló por unos amigos en común. Al día siguiente él la invitó a comer a un “paladar”, aquellos restaurantes clandestinos aparecidos en el “periodo especial” y en los que se pagaba con dólares. Luego fueron legalizados.
Los dueños del restaurante le dieron a Loló 10 dólares, pensando que era cubana. En principio se negó a recibirlos, pero una vez en sus manos los entregó al recién conocido. Él se sorprendió. “¡Cómo no!” dice Loló, “le pertenecían. Muchos de los turistas que van a Cuba creen que por ser negra tenemos que recibir sus dádivas”.
La relación avanzó y terminó en noviazgo. Entre Londres y Cienfuegos sostuvieron la querencia que una vez ella terminó sus estudios, trajeron para España. La africana ya no se sentía en capacidad de regresar al continente olvidado. “Me formé en Cuba y creo que no soportaría ni la mentalidad ni la cultura”.
MUJER NEGRA Y SIN PAPELES ESPAÑA
En diferentes ocasiones intentaron impedirle el ingreso a un hotel porque creían que era cubana. “Y como mi novio es blanco, cuando me veían con él, creían que yo era prostituta, que como dicen allá en Cuba, jinetera”.
Pero los problemas de la piel, palidecen en Cuba si los comparas con los vividos en España. Yo llegué en el 2002, entré como turista con una carta de invitación de mi novio pero que yo redacté, por lo tanto, una vez que pasaron los tres meses como turista quedé sin residencia y, también, sin permiso para trabajar.
“Eso da mucha inseguridad”, asegura Loló que hace caso omiso al ruido de la cafetería dentro de la estación Príncipe Pío.

Llegó a Madrid con una imagen idealizada de los españoles, suponiendo que tendrían que ver con aquellos románticos que en ocasiones van a la isla con la mirada solidaria. Empezó a romperla cuando fue rechazada en la clínica Vitaldent.
“El hombre que me debía entrevistar me vio, no pudo esconder su cara de desagrado al verme y me preguntó con burla: ¿Tú…estudiaste odontología?
Después de ese fiasco se fue a recorrer las calles y a pensar que iba a hacer. “Vi una peluquería para africanas, entré, hablé con la dueña, una negra de Malí, y me dejó trabajando haciendo trencitas. Trabajaba 11 horas diarias. La dueña tenía una mentalidad española, no me dejaba un minuto libre.
Si no había nada para hacer me ponía a limpiar y si llegaba unos minutos tarde me los descontaba. Era cruel. Una vez me dijo con desprecio: ¿Tú crees que siendo negra vas a encontrar trabajo de dentista?”
Para Loló es doloroso constatar que “los inmigrantes en España no se ayudan entre sí y además de tratarse mal, endiosan al español”.
EL COLOR DE LA PIEL
Con relación a su color negro, cuenta que su novio tuvo una depresión porque los miraban mucho en la calle, él se sentía observado y llegó un momento que dejaron de salir. “Quién te hace feliz a ti, los que te miran o yo”, recuerda que le dijo en algún momento para sacarlo de ese estado de ánimo.
Loló vive en la paradoja de encontrarse rechazada por la sociedad pero con la aceptación de la familia de su novio que la apoya y le da ánimos para salir de su actual situación. Los suegros dividieron la casa para que se acomodara la pareja, que sin ninguna solemnidad se casó el pasado diciembre.
La mujer negra del Congo en España, trabajó en un restaurante tres meses. No soportó más tiempo por el trato del encargado que “pensó que porque era inmigrante era bruta y no tenía nada en la cabeza. Para mí fue brusco dejar de atender pacientes a pasar a soportar un jefe y a clientes que tampoco te tratan bien. Lloré mucho, pensé que no podría soportarlo”.
Dice Loló que la vida le enseñó a aguantar “y ya en otro trabajo resistí hasta que me hicieron el contrato de trabajo para solicitar mis papeles de residencia y trabajo. Me he ganado el respeto y hoy trabajo los viernes, sábado y domingo, el resto de la semana estudio para homologar mi título. Espero aprobar porque los exámenes son para que no pases la prueba”.
Considera que será muy difícil empezar a trabajar en su profesión. Coincidencialmente, hace unos días escuchó una conversación entre dos mujeres mayores. Una de ellas decía que estuvo en consulta odontológica y salió un negro para atenderla. “Ponerle la boca a un negro…No, no, no hice que llamaran al otro dentista”.
Loló espera cambios en la sociedad española que está lejos de comportarse con los inmigrantes como en Inglaterra o Francia. “La gente mayor es mucho más racista que los jóvenes”. Por momentos duda y se pregunta si podrá abrir su propia consulta, pero ella misma se responde: “No me quejo, he tenido suerte. Veo las historias de otras chicas que…todo hay que lucharlo. El color de la piel me seguirá dando disgustos. Estoy preparada”.


*De la serie de ocho reportajes "La migración tiene nombre y rostro"

No hay comentarios: